No es cierto que una reforma tributaria adicional fuera la solución para no perder el grado de inversión y si lo hubiera sido, no quiere decir que mantener la calificación implicaría un dólar o unas tasas de interés mucho más bajas a las actuales.
El 19 de mayo pasará a la historia como la segunda vez que Colombia perdió el grado de inversión. Y si se dan las expectativas, una segunda calificadora, Fitch, se unirá a la decisión de Standard & Poor’s (S&P) incluso antes de que termine el semestre. Con esto nuestro historial dirá que perdimos el grado de inversión en 1999, lo recuperamos en 2011 y se nos volvió a ir en el 2021. Un baile de décadas que confirma lo trascendente del evento.
Sin embargo, la pregunta es si Colombia verdaderamente amaneció siendo un país diferente el 20 de mayo, el día después del anuncio de la calificadora.
La respuesta corta es no tanto. Si bien sería mejor no haberlo perdido, la mayoría de las tendencias que hoy estamos viviendo sin el grado ya las estábamos viviendo antes. Nuestro Gobierno lleva años pagando tasas de interés más altas que cualquier país con igual grado de inversión, Colombia tenía una de las monedas más devaluadas del mundo antes de presentar la primera reforma tributaria de 2021 y la inflación global de este año nos subió las tasas de interés cuatro veces más que el anuncio de S&P.
Esto no significa que las calificaciones no importen, solo que su ruido hay que reducirlo a sus justas proporciones.
Primero que todo, del 90 % al 95 % de los extranjeros que le prestan al Gobierno no están restringidos por el grado de inversión. Esto quiere decir no solo que Colombia ha logrado una base de grandes inversionistas institucionales que literalmente vinieron porque quisieron, sino lo suficientemente profesionales para entender anticipadamente el deterioro de nuestros números.
En otras palabras, detrás de una narrativa en la que Colombia, gracias a la regla fiscal y una reforma tributaria cada 18 meses, defendió el grado de inversión, la realidad es que desde el 2017 el mercado decidió subirle las tasas de interés al país debido principalmente a que nuestro endeudamiento nunca dejó de subir.
Así que si lo piensan bien el bajo impacto de la pérdida de calificación no es porque no sea importante, sino porque hace rato estamos pagando los costos de nuestra alta dependencia de los vaivenes de las materias primas y un régimen tributario que se gana todos los premios de la OECD: el de menor recaudo, el de mayor regresividad y el más complejo.
Todo lo anterior para reforzar varias ideas. Primero, no es cierto que una reforma tributaria adicional fuera la solución para no perder el grado de inversión y si lo hubiera sido, no quiere decir que mantener la calificación implicaría un dólar o unas tasas de interés mucho más bajas a las actuales. Como no sucedió con las tres reformas anteriores desde el 2016.
Tomado: El Espectador.com
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