La crisis actual ha impulsado un sabor específico de nostalgia: la economía prepandemia era lo mejor que nos había pasado. Pero una revisión al mundo económico antes del COVID-19 hace dudar de sus bondades y anhelar, más bien, un verdadero cambio antes que un regreso al pasado.
Cuanto más avanza la vacunación en Colombia y las tensiones del estallido social parecen relegadas a un segundo plano por el Gobierno Nacional, regresa con más fuerza la ilusión de volver a tener cifras económicas de la prepandemia.
En las presentaciones del Ministerio de Hacienda y Crédito Público (MHCP) se muestra con ilusión un escenario de crecimiento económico del 6 % para 2021 y se afirma que los avances en vacunación permitirán que el país retorne a sus cifras de ingresos prepandemia.
Una lectura desprevenida de este contexto genera vientos de optimismo en medio de la crisis más profunda de la economía local desde que hay datos estadísticos disponibles. Y es que una cifra superior al 5 % para el crecimiento del PIB sin análisis de contexto se puede parecer a la de los mejores momentos de los altos precios del petróleo en el país en la primera década del siglo XXI. Sin embargo, la aparente magnitud de la cifra y su representación gráfica de recuperación en forma de “V” es más bien un dato relativo ante la profunda caída de la economía en 2020 y debe ser mirado más allá del discurso tecnocrático y convenientemente optimista.
Por esto el crecimiento por sí solo no es suficiente para cantar victoria y más cuando el país se ha caracterizado por crecer en sectores poco intensivos en empleo y, por otra parte, por tener un crecimiento con pésima distribución. Sin duda, el lustro anterior al COVID-19, que inicia con la caída de los precios de las materias primas, se puede catalogar como un crecimiento de bajo empleo y empobrecedor: en este caso, no se puede estar orgulloso y añorar los resultados de la prepandemia.
Las intuitivas afirmaciones económicas que se plantean como leyes en los libros de texto parecen sucumbir a la realidad colombiana. Por ejemplo, la conocida Ley de Okun, que plantea una relación inversa entre crecimiento del PIB y cambios en las cifras de empleo naufragaba en el país antes de la pandemia, pues, a pesar de que el PIB crecía, el desempleo también lo empezó a hacer. No hay que olvidar las declaraciones del exministro Carrasquilla, a mediados de 2019, cuando afirmaba no entender las causas del desempleo a pesar de que la economía crecía. En este escenario era suficiente con reconocer que el país le ha apostado a un modelo de desarrollo minero-financiero con baja creación de empleo y generación de valor agregado, así como una pésima distribución del ingreso. En otras palabras, un crecimiento para pocos. Entonces, surge una pregunta fundamental y urgente: ¿se quiere volver a un escenario similar?
Tristemente, la respuesta es sí. Y no solo en Colombia, sino en una buena parte del mundo, donde parece que se quiere perpetuar el patrón de un capitalismo con crecimiento sostenido en el tiempo (con sus irregularidades de crisis), pero con una creciente desigualdad en la riqueza y el ingreso. Al final, este ha sido el mundo exitoso para las élites financieras, tanto en el centro como en la periferia global.
Con la pandemia, al igual que en la crisis financiera de 2008, surgió la ilusión de que serían momentos de inflexión e incluso de cambios para un capitalismo mucho más matizado y con un sector financiero más regulado. En los momentos más críticos reaparece el nombre de Keynes y la mano visible del Estado y si bien se anuncian como recetas para darle un nuevo impulso a la economía, lo que muestran los resultados es que es un empujón que termina beneficiando a unos pocos actores.
Asistimos entonces a la irrupción del keynesianismo para el top 0,1 %, que solo quiere perpetuar el capitalismo financiarizado (guiado por las finanzas), lo que la economista Joan Robinson llamó “keynesianismo bastardo”. Y es que como afirma Yanis Varoufakis en su libro La otra realidad, una gran parte de los préstamos de gobiernos y bancos centrales no llegaron a la mayoría de la gente, sino se quedaron en manos de gerentes financieros y grupos económicos que no dudaron un solo momento en usar estos recursos para recomprar sus propias acciones y cobrar sus primas.
En este escenario, los precios de las acciones y el bienestar de banqueros y financieros del mundo no se vio afectado mientras la economía real se desplomaba y miles de personas sufrían los confinamientos y la falta de empleo. En este sentido, recientemente los profesores Gerald Epstein y Robert Pollin (de la Universidad de Massachusetts, Amherst) afirmaban que entre marzo de 2020 y febrero de 2021 cerca de la mitad de la fuerza laboral en Estados Unidos aplicó a beneficios del desempleo mientras que en este mismo período los precios de los títulos valores de Wall Street crecieron en cerca del 46 %, medidos con el indicador SP500 (Standard & Poor’s 500 index).
El caso colombiano no es muy diferente y, como ya se ha afirmado antes en esta páginas, el sector financiero es de los pocos que ha mantenido números positivos, gracias a operaciones monetarias del Banco de la República, orientadas a impulsar la economía, pero que principalmente se han quedado en actores institucionales y bancos, sin impactar profundamente al conjunto de otros sectores de la economía colombiana.
Tomado El Espectador.com
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