A propósito del histórico sobrevuelo que hizo hoy el helicóptero Ingenuity, publicamos una de las legendarias “Crónicas marcianas”, escritas por el autor estadounidense hace 71 años, imaginando la colonización humana del planeta rojo
La gente se agrupaba en las galerías de piedra o se movía entre las sombras, por las colinas azules. Las lejanas estrellas y las mellizas y luminosas lunas de Marte derramaban una pálida luz de atardecer. Más allá del anfiteatro de mármol, en la oscuridad y la lejanía, se levantaban las aldeas y las quintas. El agua plateada yacía inmóvil en los charcos, y los canales relucían de horizonte a horizonte. Era una noche de verano en el templado y apacible planeta Marte
Las embarcaciones, delicadas como flores de bronce, se entrecruzaban en los canales de vino verde, y en las largas, interminables viviendas que se curvaban como serpientes tranquilas entre las lomas, murmuraban perezosamente los amantes, tendidos en los frescos lechos de la noche. Algunos niños corrían aún por las avenidas, a la luz de las antorchas, y con las arañas de oro que llevaban en la mano lanzaban al aire finos hilos de seda. Aquí Y allá, en las mesas donde burbujeaba la lava de plata, se preparaba alguna cena tardía.
En un centenar de pueblos del hemisferio oscuro del planeta, los marcianos, seres morenos, de ojos rasgados y amarillos, se congregaban indolentemente en los anfiteatros. Desde los escenarios una música serena se elevaba en el aire tranquilo, como el aroma de una flor. En uno de los escenarios cantó una mujer. El público se sobresaltó. La mujer dejó de cantar. Se llevó una mano a la garganta. Inclinó la cabeza mirando a los músicos, y comenzaron otra vez. Los músicos tocaron y la mujer cantó, y esta vez el público suspiró y se inclinó hacia delante en los asientos; unos pocos se pusieron de pie, sorprendidos, y una ráfaga helada atravesó el anfiteatro.
Tomado: El Espectador.com
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